El pasado jueves se celebró el homenaje a un ciclista urbano fallecido en una vía urbana, Carlos Macías, de tan solo trece años. El acto congregó a unas doscientas personas que se desplazaron en bicicleta, entre las que estaban su padre y su hermano. Teniendo en cuenta su tierna edad, que era scout y que se supone que por ese colectivo fueron bastantes amigos y compañeros del chaval, contando también con el impacto mediático de la noticia, la creciente población de ciclistas urbanos que hay en Murcia y que una masa crítica normal reune entre 70 y 125 personas, creo que no es precisamente un éxito de la solidaridad con el chaval o de conciencia colectiva con los más vulnerables. Sin duda la participación hubiera sido otra si se hubiera tratado de un ciclista profesional famoso, en este caso con la asistencia de una buena representación de instituciones y entidades relacionadas con el deporte de los pedales. Esta tibia participación ciudadana y de los representantes políticos que deben velar por nuestra seguridad, más bien supone la aceptación de que para circular entre el tráfico de Murcia hay que ir en coche o hay que ser un peatón muy disciplinado. Y si encima se trata de un ciclista sin casco y sin chaleco... ya lo comprendemos todo... ¡A quien se le ocurre! Pero sin pensar que casco no es eficaz ante la mayoría de los atropellos.
Me recuerda al maquinista del tren siniestrado en Galicia hace unas semanas. En efecto, el conductor comparte la culpa de un negligente descuido, y cuando sucedió el suceso todos le señalamos -incluso él mismo- como la figura de la bruja medieval que había que enviar a la hoguera por tan grave acción de circular a más del doble de velocidad, cuando cuatro kilómetros antes pasó una señal que le obligaba a reducirla. Las autoridades se apresuran a señalar al culpable, lo que nos permite calmar nuestra necesidad de comprender la tragedia y calmar nuestra sed de justicia. Pero cuando nos baja la sangre de la cabeza, comprendemos que hay otros condicionantes que podrían haber evitado ese accidente. El juez ya ha llamado a los que diseñaron una vía que permitía que en apenas cuatro kilómetros hubiera que reducir tan drásticamente la velocidad, sin dispositivos que evitaran esta previsible desgracia, si un día se descuidaba un humano maquinista. Los políticos que metieron prisa o se pusieron las medallas para inaugurar la línea, pueden seguir tranquilos, a ellos no los llamarán.
Y estas analogías no puedo evitar hacerlas con el caso del atropello al niño de Murcia,. Podemos adivinar que el chiquillo no calculó bien que, la diferencia entre la vida y la muerte no le separan cuatro kilómetros, sino apenas dos metros. Y aceptamos como normal sobrepasar la velocidad en una avenida como la de Juan de Borbón, que raro es el vehículo que no sobrepasa los límites establecidos, pues fue diseñada para los rápidos desplazamientos del actualmente indiscutible rey de la ciudad; el automóvil. Y esta es la movilidad que a sangre y fuego tenemos como verdadera. La calzada, que ocupa la mayor parte del espacio público en la ciudad, es para los coches. Que nadie ose desafiar esta realidad. Y menos con una inofensiva bicicleta.
Triste jornada para la familia, que en su doloroso drama, acude sin comprender bien por qué va a este homenaje a su hijo fallecido, convocado por quienes luchan por una ciudad que invierta las prioridades del automóvil para evitar sucesos como el que ha segado la vida de Carlos. Aprovecha el padre para pedir a los ciclistas que se protejan con chalecos y casco. Incluso la madre no quiere ir en bici, pues no quiere ver una en años, sin poder comprender en estos momentos que más bicis en las calles es igual a menos accidentes. Comprensibles reacciones en su tremenda situación. Triste la ausencia de significativas autoridades en la marcha de duelo, que simbólicamente va en bicicleta, ese vehículo que dicen fomentar. Triste ni un solo reproche a los coches, que pueden tener razones para matar a otros usuarios más vulnerables, sólo porque son coches y porque así está socialmente aceptado.
Y lo más triste, la muerte de Carlos, por supuesto. Días tristes en ciudades tristes.
3 de Septiembre de 2013
martes, 11 de febrero de 2014
¡Pero si los ciclistas no pagáis impuestos!
Un artículo que no es mío, pero que quiero compartirlo con vosotros, mis amigos....
Manuel Martín
Por Mario Ortega
No era la primera vez que me “comentan” esto desde un coche, pero se está convirtiendo en un argumento común entre los que se irritan cuando se cruza una bicicleta en su campo de visión. La verdad es que debe dar bastante rabia gastarse 30.000€ en un coche, más impuestos y gasolina, para luego comprobar que un vehículo cien veces más barato, que ni paga impuestos ni gasolina, sea bastante más efectivo circulando por la ciudad.
Cuando se va en bicicleta, es bastante fácil parar a hablar con otro ciclista conocido, o con cualquier peatón. En coche, es casi imposible, de modo que no hay manera de que yo pueda explicar a algunos conductores por qué los ciclistas no pagamos impuestos. A ellos me dirijo.
¿Cómo que los ciclistas no pagamos impuestos?
Los ciclistas como cualquier otro ciudadano pagamos impuestos. Los ciclistas hacen su declaración de la renta, pagan impuestos municipales, y sobre todo, el IVA. Los ciclistas pagamos nuestras bicicletas y todos sus recambios con IVA, y sin ningún tipo de ayuda estatal. Cantidades exorbitantes de dinero para subvencionar la compra de automóviles contaminantes que generan deuda externa al necesitar de petróleo extranjero. Subvencionar problemas, negocio redondo.
Sin embargo, la Unión Europea recomienda a sus estados miembros la exención de impuestos en la venta de bicicletas y accesorios, ya que la bicicleta como medio de transporte urbano tiene innumerables ventajas sobre la salud de los ciudadanos, no endeuda al país con su insaciable sed de petróleo, no necesita un desmesurado gasto en infraestructuras... pero en nuestro país, seguimos de espaldas a la bicicleta.
Es más, con esos impuestos que pagamos, se construyen autovías, autopistas y túneles por los que los ciclistas no podemos circular. Con esos impuestos deberían financiarse las infraestructuras ciclistas que nuestro país tanto necesita, y de las que nuestros vecinos europeos llevan décadas disfrutando.
¿Por qué no pagamos impuestos?
Principalmente porque generamos poco gasto. El gasto en viales urbanos y extraurbanos se ha hecho por y para el coche, por tanto, es justo que sea el coche quien lo pague. No hacían falta semáforos en las ciudades hasta que llegaron los coches. Y seguirían sin hacer falta si imperase el sentido común. No ha sido la bicicleta quien ha invadido el paisaje urbano.
Los ciclistas no hacemos baches en el asfalto, no gastamos los bordillos, no borramos la pintura, no necesitamos soterrar la M-30, no molestamos a los ciudadanos con ruidos ni humos, causamos menos accidentes y de menor gravedad, y por lo general, pasamos menos por el médico. ¿Debemos pagar impuestos por todo ello?
Sobre los impuestos de circulación podríamos hablar largo y tendido. No nos engañemos: con los impuestos de circulación no se paga ni por asomo el mantenimiento de la red viaria, ni siquiera de la municipal. No hay más que ver los socavones que tenemos por Cuenca. Y si como algunos se empeñan en que los ciclistas paguemos impuestos de circulación, ¿cómo lo haríamos? Esto es gracioso. ¿Peso por eje? No llega a 7 kilos. ¿Emisiones? Cero. ¿Cilindrada? Cero. ¿Potencia fiscal? Según tenga el día.
Está claro que es una idiotez. No son vehículos comparables. No se puede meter a la bicicleta en el saco de los coches. Aplicando los criterios automovilísticos a la bicicleta, no creo que tuviéramos que pagar más allá de unos pocos céntimos. Lo cual me lleva a hacerme la siguiente pregunta.
¿Y si los ciclistas pagásemos impuestos?
Pues entonces la administración tendría que cumplir con los ciclistas exactamente igual que con los conductores. Si yo como ciclista pagase impuestos, exigiría que mi bicicleta fuese matriculada como los demás vehículos, y que en caso de robo, la policía la buscase, como se hace en Holanda, por ejemplo. Si pagase impuestos, el estado tendría que dejarme circular por toda la red viaria, autovías, autopistas y los túneles de la M-30, y por el centro del carril. También tendrían la obligación de proveer aparcamiento para mi bicicleta en todas partes, al igual que se hace ahora con los coches.
En fin. Yo me quedo con este “régimen especial” en el que nos movemos los ciclistas actualmente. La bicicleta ahorra a la administración mucho más dinero que el gasto que genera. Sus beneficios sociales y económicos son incalculables. No es que no paguemos impuestos, es que se los ahorramos a los demás con cada pedalada.
Manuel Martín
¡Pero si los ciclistas no pagáis impuestos!
Por Mario Ortega
No era la primera vez que me “comentan” esto desde un coche, pero se está convirtiendo en un argumento común entre los que se irritan cuando se cruza una bicicleta en su campo de visión. La verdad es que debe dar bastante rabia gastarse 30.000€ en un coche, más impuestos y gasolina, para luego comprobar que un vehículo cien veces más barato, que ni paga impuestos ni gasolina, sea bastante más efectivo circulando por la ciudad.
Cuando se va en bicicleta, es bastante fácil parar a hablar con otro ciclista conocido, o con cualquier peatón. En coche, es casi imposible, de modo que no hay manera de que yo pueda explicar a algunos conductores por qué los ciclistas no pagamos impuestos. A ellos me dirijo.
¿Cómo que los ciclistas no pagamos impuestos?
Los ciclistas como cualquier otro ciudadano pagamos impuestos. Los ciclistas hacen su declaración de la renta, pagan impuestos municipales, y sobre todo, el IVA. Los ciclistas pagamos nuestras bicicletas y todos sus recambios con IVA, y sin ningún tipo de ayuda estatal. Cantidades exorbitantes de dinero para subvencionar la compra de automóviles contaminantes que generan deuda externa al necesitar de petróleo extranjero. Subvencionar problemas, negocio redondo.
Sin embargo, la Unión Europea recomienda a sus estados miembros la exención de impuestos en la venta de bicicletas y accesorios, ya que la bicicleta como medio de transporte urbano tiene innumerables ventajas sobre la salud de los ciudadanos, no endeuda al país con su insaciable sed de petróleo, no necesita un desmesurado gasto en infraestructuras... pero en nuestro país, seguimos de espaldas a la bicicleta.
Es más, con esos impuestos que pagamos, se construyen autovías, autopistas y túneles por los que los ciclistas no podemos circular. Con esos impuestos deberían financiarse las infraestructuras ciclistas que nuestro país tanto necesita, y de las que nuestros vecinos europeos llevan décadas disfrutando.
¿Por qué no pagamos impuestos?
Principalmente porque generamos poco gasto. El gasto en viales urbanos y extraurbanos se ha hecho por y para el coche, por tanto, es justo que sea el coche quien lo pague. No hacían falta semáforos en las ciudades hasta que llegaron los coches. Y seguirían sin hacer falta si imperase el sentido común. No ha sido la bicicleta quien ha invadido el paisaje urbano.
Los ciclistas no hacemos baches en el asfalto, no gastamos los bordillos, no borramos la pintura, no necesitamos soterrar la M-30, no molestamos a los ciudadanos con ruidos ni humos, causamos menos accidentes y de menor gravedad, y por lo general, pasamos menos por el médico. ¿Debemos pagar impuestos por todo ello?
Sobre los impuestos de circulación podríamos hablar largo y tendido. No nos engañemos: con los impuestos de circulación no se paga ni por asomo el mantenimiento de la red viaria, ni siquiera de la municipal. No hay más que ver los socavones que tenemos por Cuenca. Y si como algunos se empeñan en que los ciclistas paguemos impuestos de circulación, ¿cómo lo haríamos? Esto es gracioso. ¿Peso por eje? No llega a 7 kilos. ¿Emisiones? Cero. ¿Cilindrada? Cero. ¿Potencia fiscal? Según tenga el día.
Está claro que es una idiotez. No son vehículos comparables. No se puede meter a la bicicleta en el saco de los coches. Aplicando los criterios automovilísticos a la bicicleta, no creo que tuviéramos que pagar más allá de unos pocos céntimos. Lo cual me lleva a hacerme la siguiente pregunta.
¿Y si los ciclistas pagásemos impuestos?
Pues entonces la administración tendría que cumplir con los ciclistas exactamente igual que con los conductores. Si yo como ciclista pagase impuestos, exigiría que mi bicicleta fuese matriculada como los demás vehículos, y que en caso de robo, la policía la buscase, como se hace en Holanda, por ejemplo. Si pagase impuestos, el estado tendría que dejarme circular por toda la red viaria, autovías, autopistas y los túneles de la M-30, y por el centro del carril. También tendrían la obligación de proveer aparcamiento para mi bicicleta en todas partes, al igual que se hace ahora con los coches.
En fin. Yo me quedo con este “régimen especial” en el que nos movemos los ciclistas actualmente. La bicicleta ahorra a la administración mucho más dinero que el gasto que genera. Sus beneficios sociales y económicos son incalculables. No es que no paguemos impuestos, es que se los ahorramos a los demás con cada pedalada.
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