martes, 11 de febrero de 2014

Reflexiones tras la muerte de un joven ciclista en Murcia

El pasado jueves se celebró el homenaje a un ciclista urbano fallecido en una vía urbana, Carlos Macías, de tan solo trece años. El acto congregó a unas doscientas personas que se desplazaron en bicicleta, entre las que estaban su padre y su hermano. Teniendo en cuenta su tierna edad, que era scout y que se supone que por ese colectivo fueron bastantes amigos y compañeros del chaval, contando también con el impacto mediático de la noticia, la creciente población de ciclistas urbanos que hay en Murcia y que una masa crítica normal reune entre 70 y 125 personas, creo que no es precisamente un éxito de la solidaridad con el chaval o de conciencia colectiva con los más vulnerables. Sin duda la participación hubiera sido otra si se hubiera tratado de un ciclista profesional famoso, en este caso con la asistencia de una buena representación de instituciones y entidades relacionadas con el deporte de los pedales. Esta tibia participación ciudadana y de los representantes políticos que deben velar por nuestra seguridad, más bien supone la aceptación de que para circular entre el tráfico de Murcia hay que ir en coche o hay que ser un peatón muy disciplinado. Y si encima se trata de un ciclista sin casco y sin chaleco... ya lo comprendemos todo... ¡A quien se le ocurre! Pero sin pensar que casco no es eficaz ante la mayoría de los atropellos.
Me recuerda al maquinista del tren siniestrado en Galicia hace unas semanas. En efecto, el conductor comparte la culpa de un negligente descuido, y cuando sucedió el suceso todos le señalamos -incluso él mismo- como la figura de la bruja medieval que había que enviar a la hoguera por tan grave acción de circular a más del doble de velocidad, cuando cuatro kilómetros antes pasó una señal que le obligaba a reducirla. Las autoridades se apresuran a señalar al culpable, lo que nos permite calmar nuestra necesidad de comprender la tragedia y calmar nuestra sed de justicia. Pero cuando nos baja la sangre de la cabeza, comprendemos que hay otros condicionantes que podrían haber evitado ese accidente. El juez ya ha llamado a los que diseñaron una vía que permitía que en apenas cuatro kilómetros hubiera que reducir tan drásticamente la velocidad, sin dispositivos que evitaran esta previsible desgracia, si un día se descuidaba un humano maquinista. Los políticos que metieron prisa o se pusieron las medallas para inaugurar la línea, pueden seguir tranquilos, a ellos no los llamarán.

Y estas analogías no puedo evitar hacerlas con el caso del atropello al niño de Murcia,. Podemos adivinar que el chiquillo no calculó bien que, la diferencia entre la vida y la muerte no le separan cuatro kilómetros, sino apenas dos metros. Y aceptamos como normal sobrepasar la velocidad en una avenida como la de Juan de Borbón, que raro es el vehículo que no sobrepasa los límites establecidos, pues fue diseñada para los rápidos desplazamientos del actualmente indiscutible rey de la ciudad; el automóvil. Y esta es la movilidad que a sangre y fuego tenemos como verdadera. La calzada, que ocupa la mayor parte del espacio público en la ciudad, es para los coches. Que nadie ose desafiar esta realidad. Y menos con una inofensiva bicicleta.

Triste jornada para la familia, que en su doloroso drama, acude sin comprender bien por qué va a este homenaje a su hijo fallecido, convocado por quienes luchan por una ciudad que invierta las prioridades del automóvil para evitar sucesos como el que ha segado la vida de Carlos. Aprovecha el padre para pedir a los ciclistas que se protejan con chalecos y casco. Incluso la madre no quiere ir en bici, pues no quiere ver una en años, sin poder comprender en estos momentos que más bicis en las calles es igual a menos accidentes. Comprensibles reacciones en su tremenda situación. Triste la ausencia de significativas autoridades en la marcha de duelo, que simbólicamente va en bicicleta, ese vehículo que dicen fomentar. Triste ni un solo reproche a los coches, que pueden tener razones para matar a otros usuarios más vulnerables, sólo porque son coches y porque así está socialmente aceptado.

Y lo más triste, la muerte de Carlos, por supuesto. Días tristes en ciudades tristes.

3 de Septiembre de 2013

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